Estoy dentro de un autobús, en una carretera perdida de Laos. Todavía no sé si los habitantes de este país asiático se llaman realmente laosianos (suena bien, a marciano, a murciano). Al principio del viaje estaba peinadito. Cuando llegamos a Luann Namthan desde Huay Xai, después de ocho horas, tenía tanto polvo que me tuve que duchar dos-dos veces.
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